
El Sol es el origen de toda la energía consumida en la Tierra en cualquier proceso, incluyendo la propia vida. La energía que la Tierra recibe del Sol también determina en última instancia nuestros climas. Por tanto, el Sol es la gran fuente.
Para tener una imagen intuitiva de su tamaño, pensemos en que la masa del Sol constituye el 99.86% de la masa total del sistema solar.
La gran cantidad de energía que produce el Sol se debe a la fusión nuclear de su núcleo. Esta energía es irradiada en forma de ondas electromagnéticas que alcanzan la Tierra. La radiación solar recibida en la estratosfera, en un plano perpendicular a los rayos del sol, es de 1353 W/m2; De esta cantidad total de energía que alcanza la atmósfera exterior, llega a la superficie de la Tierra aproximadamente 1000 W/m2. Según la NASA, la cantidad total de energía solar que incide anualmente sobre toda la superficie de la Tierra es diez mil veces superior a la demanda energética anual de la población mundial. Estamos hablando por tanto de una astronómica cantidad de energía que la Tierra devuelve al espacio prácticamente sin usar, ya que la cantidad de energía recibida es igual a la cantidad de energía devuelta. El espacio temporal entre su captación y su reirradiación es lo que posibilita la vida y la existencia del planeta tal y como lo conocemos.
La arquitectura no es una práctica meramente utilitaria, sino significante, creadora de sentido
La energía eólica, hidráulica, solar térmica y fotovoltaica son captadas a partir de los vientos, las olas, la lluvia que se generan por las diferencias de temperatura que provoca la acción directa de los rayos solares sobre la atmósfera. El petróleo, el gas natural y el carbón, son transformaciones de materia orgánica, así que también subsidiarios de la energía del Sol. Toda forma de energía utilizada en el planeta, incluida la eléctrica, es en definitiva una manifestación indirecta de la energía del sol.
Por tanto, el vínculo estrecho entre el Sol y la arquitectura, entendida esta como la construcción del hábitat humano en la Tierra, es inevitable. Desde los primeros tiempos el Sol ha sido siempre un elemento central, tanto desde un punto de vista pragmático como simbólico. A nosotros nos interesan ambos aspectos en su dimensión contemporánea, como herramientas de diseño y también como generadores de sentido.
Sin embargo, durante una parte del siglo XX, y desde ciertas posiciones del llamado estilo internacional, la autosuficiencia mecanicista hizo que la arquitectura obviara al Sol y que construyéramos de manera desligada de las condiciones climáticas locales con la lógica de que nuestra tecnología permitía hacerlo. Una especie de autocomplacencia miope cuyas consecuencias hemos heredado.
Nuestras coordenadas culturales son otras. Estamos libres de esa soberbia tecnocéntrica y entendemos la necesidad de una actitud consciente y respetuosa en cuanto a cómo debe relacionarse con el medio nuestra arquitectura. Consideramos clave la coherencia con las condiciones de contorno, con el medio físico, y especialmente con el clima, pero no desde una actitud defensiva o de proveer refugio, como pudiera ser necesario antaño, y tampoco desde una actitud limitante, de renuncia, de privación, de mínimos, sino desde una interacción con el medio tan medida, calculada y responsable desde parámetros de sostenibilidad, como ligera, desprejuiciada, hedonista y poética, simplemente sintiéndose parte de lo natural y en sintonía con ello.
Una arquitectura sensible a lo atmosférico, a lo ambiental, requiere de una fundamentación física que hoy es posible gracias a los modelos matemáticos y a las tecnologías de simulación de escenarios, ya que la multiplicidad de variables y su interrelación en el comportamiento del aire como fluido, medido en relación a nuestro confort, no es lineal, y es muy difícil de aprehender con aproximaciones intuitivas o tradicionales que devienen inexactas y hasta naifs. Es necesario por tanto de algo así como una parametrización del aire que nos permita manejar y manipular su realidad termodinámica como herramienta de diseño arquitectónico.
Sin embargo, siendo esto así, nos interesa tanto o más lo que no es sistematizable, parametrizable o monitorizable. La intangible conexión simbólica con el medio. El sentido. Cada arquitectura, en su fisicidad, impone una relación con el exterior, con lo demás. Y nos interesa la que nos lleva a un sentimiento de coherencia con todo, a un pulso sincrónico con el mundo sensible y muy especialmente con lo natural y en particular con el Sol. La que genera una especie de asentimiento inconsciente, un sentirse parte de todo que nos ensancha.
La arquitectura no es una práctica meramente utilitaria, sino significante, creadora de sentido. Y hay un componente de sentido, de misión, en la comprensión de que la arquitectura debe ser coherente con el medio, debe contribuir a limpiar ecosistemas naturales y artificiales, a dar forma a sociedades más justas. Debe apuntar, en definitiva, a un mundo mejor.
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